DOSSIER: A pesar de las dificultades, la prevención del suicidio es posible
Susana Al-Halabí, doctora y profesora del Departamento de Psicología de la Universidad de Oviedo. Profesora del Máster en Adicciones: Perspectiva Biopsicosocial de la Asociación Proyecto Hombre. Miembro del grupo de investigación de adicciones y experta en prevención de suicidio.
“El único problema filosófico verdaderamente serio es el suicidio. Juzgar si la vida es o no digna de vivir es la respuesta fundamental a la suma de preguntas filosóficas” (Albert Camus, 1942)
Cada año se suicidan casi un millón de personas, lo que supone una muerte cada 40 segundos. En el año 2014, la Organización Mundial de la Salud elaboró un informe con el objetivo de promover la atención de los gobiernos sobre este problema, afirmando categóricamente que su prevención no solo es posible sino necesaria y urgente. En nuestro país, de acuerdo con los últimos datos del INE sobre defunciones por causa de muerte, el suicidio se mantiene como la principal causa externa de muerte en España y constituye el principal motivo de defunción entre las personas de 15 a 39 años en nuestro país. Y aún más alarmante es el hecho de que, de acuerdo con algunas publicaciones, la discrepancia existente entre los datos aportados por el Instituto Nacional de Estadística y los Institutos de Medicina Legal hace pensar en una subnotificación del número de muertes. Además, estas cifras no incluyen la ideación suicida o las tentativas de suicidio que pueden ser hasta veinte veces más frecuentes que el suicidio consumado, con el subsiguiente coste social y sufrimiento personal que conlleva.
Explicar las causas de esta elevada prevalencia no es fácil, ya que, como en casi todos los fenómenos complejos, no hay una única respuesta. El suicidio no es algo que ocurra en el vacío, sino que tiene lugar en un contexto específico y en unas circunstancias determinadas de la vida de una persona, en las que la desesperanza y el sufrimiento cobran especial relevancia. El suicido es un fenómeno multifactorial, plural, interactivo, dinámico y contextual-existencial lo que se traduce en que, para cada persona, existen diversas configuraciones problemáticas que pueden estar en la base de numerosos problemas o dificultades.
La prevención del suicidio requiere un enfoque innovador, integral y multisectorial
Entre las posibles explicaciones podemos encontrar una evaluación clínica deficiente del riesgo suicida, que no siempre se lleva a cabo de forma comprehensiva, olvidando aspectos tan elementales como la existencia de antecedentes personales de tentativas suicidas. A pesar de contar con instrumentos específicos de evaluación de la conducta suicida (validados en población española para adultos y adolescentes) es infrecuente realizar un cribado específico. Tampoco contamos con intervenciones específicas para poblaciones de riesgo ni existe actualmente un plan nacional para la prevención de suicidio, a pesar de que la Estrategia en Salud Mental del Sistema Nacional de Salud lo incluye como uno de sus objetivos.
A pesar de estas dificultades, el suicidio es prevenible. De hecho, nos enfrentamos a un problema que – por su propia naturaleza – solo puede ser abordado desde la prevención. Aun así, constituye uno de los problemas más importantes de la salud pública mundial, de tal manera que la Comisión Europea en su Pacto Europeo por la Salud Mental y el Bienestar incorpora la prevención del comportamiento suicida dentro de las cinco áreas de actuación prioritaria. También otras entidades, como la Sociedad Británica de Psicología o la Federación Europea de Asociaciones de Psicólogos, señalan que la intervención temprana es fundamental para cualquier estrategia de prevención del suicidio. En todo caso, tal y como ha señalado la OMS, la prevención del suicidio requiere un enfoque innovador, integral y multisectorial, con la participación tanto del sector de la salud como de otros sectores, como por ejemplo los de la educación, el mundo laboral, la policía, la justicia, la religión, el derecho, la política y los medios de comunicación.
La prevención de suicidio en población adolescente
La literatura científica ha puesto de relieve la importancia de la prevención del suicidio juvenil y la trascendencia de que los adultos que forman parte de la vida de estos jóvenes conozcan las posibles señales de alarma. Asimismo, existen intervenciones preventivas basadas en la evidencia empírica que pueden llevarse a cabo en diferentes contextos para prevenir tanto el suicidio como las tentativas de suicidio. Recientemente, la Organización Panamericana de la Salud ha publicado una guía para promover la salud de los adolescentes que insta a la adopción de medidas a nivel estructural, ambiental, institucional, comunitario, interpersonal e individual para prevenir los suicidios en la adolescencia
No existe un camino único que lleve a un adolescente a intentar quitarse la vida o a realizar conductas que pongan en peligro su bienestar. La investigación ha determinado la existencia de numerosos factores de riesgo (ambientales, psicológicos, clínicos y biológicos) y comportamientos de riesgo relacionados (acoso escolar, prácticas sexuales de riesgo, delincuencia, abuso de sustancias, autoagresiones, falta de actividad física, hábitos alimentarios inadecuados, violencia familiar, etc.). Se desconoce la función que juega cada factor por separado, así como las interacciones que pueden establecerse entre ellos. Lo que sí parece claro es que el tamaño del efecto de cada factor es, en general, bajo o muy limitado. Por otro lado, los factores de protección no son sólo la ausencia o la cara inversa de los de riesgo. Tienen “entidad propia”. Según la Guía de Práctica Clínica de Prevención y Tratamiento de la Conducta Suicida, los factores protectores asociados a una reducción del riesgo de suicidio en la infancia y adolescencia son: 1) alta cohesión familiar y bajo nivel de conflictos; 2) habilidades de solución de problemas y estrategias de afrontamiento; 3) actitudes y valores positivos, en particular frente al suicidio; 4) sexo femenino; 5) creencias religiosas o espirituales ; 6) habilidades para estructurar razones para vivir; 7) nivel educativo medio-alto, y 8) locus de control interno, alta autoestima, buen nivel de inteligencia y adecuados sistemas de apoyos y recursos.
Parece necesario potenciar las estrategias de promoción de la salud mental en los adolescentes
En el caso de la conducta suicida en adolescentes, la intervención en los contextos educativos es algo crucial. Y dichas intervenciones pasan por ser eminentemente psicológicas o, dicho de otro modo, se nutren de forma marcada de la perspectiva psicológica. En relación con esto, las estrategias de prevención de suicidio propuestas por la Organización Mundial de la Salud incluyen niveles de intervención en el ámbito social, comunitario, interpersonal e individual, con el objetivo de fortalecer los esfuerzos de prevención del suicidio. Este modelo estimula el uso de estrategias de prevención universales, selectivas e indicadas (las estrategias de prevención universal se dirigen a toda la población con el objetivo de mejorar la conciencia pública y los sistemas de atención de la salud, el acceso a dicho apoyo y las condiciones de vida de la sociedad en general; las estrategias de prevención selectiva se enfocan en ciertos grupos de riesgo dentro de una población, que pueden no exhibir conductas suicidas, pero tienen un mayor riesgo; y las estrategias de prevención indicadas se centran en personas que son particularmente vulnerables, ya que han mostrado signos de comportamiento suicida o intento de suicidio). Por este motivo, los esfuerzos de prevención del suicidio deben abordarse desde una postura multisectorial de amplio alcance. Varias revisiones prestigiosas han demostrado que, entre otros abordajes, los programas de prevención escolar y otro tipo de intervenciones en los contextos educativos pueden ser métodos de prevención del suicidio eficaces, aunque la evidencia científica aún es limitada. Se han establecido cinco tipos de programas de prevención del suicidio en las aulas: a) concienciación y educación vía currículo del alumnado; b) entrenamiento de liderazgo de pares; c) entrenamiento del personal del centro escolar; d) cribado de alumnos de riesgo; y e) entrenamiento de competencias. Asimismo, los siguientes elementos pueden incrementar la efectividad de los programas escolares de prevención del suicidio: el personal carece de concienciación (por lo tanto necesita el programa), la existencia de un incidente reciente de suicidio en el centro (incrementa motivación y necesidad del mismo), el programa utiliza múltiples métodos de presentación (incrementa las probabilidades de llegar a más audiencia, aumenta la motivación, etc.), una intervención diseñada a medida para grupos de alto riesgo (más específica, personalizada y dilatada), e intervenciones que han realizado un estudio piloto y cuentan con un historial de implementación más largo (mejor planificación y diseño de la intervención).
Sintetizando, el contexto escolar supone un excelente paisaje de intervención para los psicólogos donde, además de intervenciones de carácter más asistencial y clínico, los estudiantes podrían verse beneficiados de protocolos de cribado de adolescentes en riesgo, así como del trabajo “a pie de aula” de programas bien construidos con el objetivo de reducir factores de riesgo y potenciar factores de protección de la conducta suicida, aprender a manejar situaciones de crisis, fomentar una buena salud mental, promover las redes de apoyo social, identificar situaciones de riesgo, etc. Todo ello constituye aspectos involucrados en el complejo fenómeno de la conducta suicida. También el personal de la escuela puede beneficiarse del entrenamiento en habilidades que permitan la identificación y derivación de los estudiantes hacia los recursos sociosanitarios disponibles.
En cualquier caso, parece necesario potenciar las estrategias de promoción de la salud mental en los adolescentes. En este sentido, numerosos autores abogan por un cambio de paradigma o añadir un enfoque complementario que no se limite al abordaje de problemas, trastornos y factores de riesgo, sino que también atienda a las fortalezas, potencialidades, capacidades y factores de protección.
Numerosos autores abogan por un cambio de paradigma o añadir un enfoque complementario que no se limite al abordaje de problemas y factores de riesgo, sino que también atienda a las fortalezas, potencialidades, capacidades y factores de protección
Bibliografía
Al-Halabí, S., y García Haro, J.M. (2021). Tratamientos psicológicos para la conducta suicida. En E. Fonseca Pedrero (Coord.). Manual de tratamientos psicológicos. Adultos. Pirámide.
Al-Halabí, S., García Haro, J.M. y Gutiérrez López, B. (2021). Tratamientos psicológicos para la conducta suicida en niñoa y adolescentes. En E. Fonseca Pedrero (Coord.). Manual de tratamientos psicológicos. Infancia y adolescencia. Pirámide.
Fonseca-Pedrero, E., Díez Gómez del Casal, A., Pérez de Albéniz, A., Sebastián-Enesco, C., Inchausti, F. y Pérez Trenado, M. (2019). Prevención del suicidio en centros educativos. En B. Lucas-Molina y M. Giménez-Dasí (Coords.), Promoción de la salud a través de programas de intervención en contexto educativo (pp. 157-184). Pirámide.
Grupo de Trabajo de revisión de la Guía de Practica Clínica de prevención y tratamiento de la conducta suicida 2012. Revisión de la Guía de Practica Clínica de Prevención y Tratamiento de la Conducta Suicida (2012) del Programa de GPC en el SNS. Ministerio de Sanidad. Agencia Gallega para la Gestión del Conocimiento en Salud (ACIS), Unidad de Asesoramiento Científico-técnico, Avalia-t; 2020. Guías de Practica Clínica en el SNS.