REPORTAJE: Proyecto Hombre en prisión
Una persona en prisión tiene dos opciones: pasar el tiempo hasta que se cumpla la condena o aprovecharlo para asegurarse un futuro mejor. En el módulo 14 del Centro Penitenciario Madrid V, conocida como prisión de Soto del Real, viven 40 personas que han decidido hacer un cambio en sus vidas. Ellos –porque actualmente son todos hombres- se enfrentan a un doble reto: superar una adicción y prepararse para una próxima reinserción social.
La cárcel de Soto del Real es una de las 8 prisiones españolas que cuentan con una Comunidad Terapéutica Intrapenitenciaria (CTI) de Proyecto Hombre y que se sitúa en ese módulo 14 donde los internos terminan de cumplir su condena. Proyecto Hombre trabaja en este centro desde 1997 y cuenta con la experiencia suficiente para verificar que su método funciona.
“En comparación con otros módulos, la diferencia es a años luz”, explica Carmelo Sánchez, uno de los terapeutas más veteranos en Proyecto Hombre. “De los internos en la CTI, cuando salen de permiso la reincidencia en el consumo o delincuencia es del 1 o 2%. En otros módulos la reincidencia es de un 80%. De quienes salen a reinserción, está en torno a un 8%”, matiza.
“La cáscara era muy buena pero por dentro estaba destrozado”
Una pequeña burbuja
Según cuenta Carmelo, en un módulo normal “hay un ambiente hostil, pero en este hay muchas facilidades, aunque mucha gente no quiere venir por la presión, la disciplina, etc”. Aun así, el índice de retención en este módulo supera el 90% y el índice de quebrantamientos es muy bajo. “En 4 años se habrán dado tres quebrantamientos (gente de permiso que no ha vuelto). Si lo comparas con el resto de módulos, puede que sea el doble”, señala.
Para que esto se cumpla, el equipo terapéutico de Proyecto Hombre, compuesto por un psicólogo y dos terapeutas-educadores sociales, trabaja codo con codo con el personal de Instituciones Penitenciarias (IIPP), que cuenta con un psicólogo, un trabajador social, un educador social y un jurista. En ello también es clave la motivación de los internos, ya que sin ella pueden darse abandonos, especialmente al inicio, aunque son cifras que apenas rondan el 2-3%.
Y es que, al igual que en una comunidad terapéutica (CT) al uso de Proyecto Hombre, quien accede aquí ha de hacerlo por voluntad propia. “Yo estaba en un módulo normal, me enteré de Proyecto Hombre, un compañero me habló muy bien y yo quería dejar de consumir. Cuando entré en prisión, me hice mi rutina en mi módulo, pero la gente que tienes alrededor no es igual, están muy tirados, no quieren hacer un cambio. Y yo quiero cambiar y hacer las cosas bien. Así que si tienes un sitio en el que te apoyan, ¿para qué vas a estar tirado en un patio?”, cuenta Alejandro.
Antes de entrar en la cárcel, Alejandro trabajaba como director de una empresa, pero tenía un problema de adicción a la cocaína. “Con mi familia todo iba bien, tenía mi casa… pero no le contaba a nadie mi problema. Por una ruptura de una relación, empecé a consumir. Yo seguía manteniendo mi vida bien, pero con la adicción. La cáscara era muy buena pero por dentro estaba destrozado”,explica Alejandro. Ahora lleva 24 meses en prisión y tiene una condena de 6 años, pero asegura que el tiempo que ha estado aquí, en vez de ser un tiempo perdido, es un tiempo que ha ganado: “Me he quitado una cosa que me estaba destrozando”.
Hablar, la clave para mejorar
Según dice, en este proceso la clave ha sido hablar: “Gracias a empezar a hablar aquí, con los terapeutas y mis compañeros, te vas soltando y vas viendo las causas de lo que evitabas o lo que no querías ver para no enfrentarte a la realidad. Es de agradecer. También poder hacer deporte, tener compañeros que te apoyan, que te ayudan si ven que estás mal en algunas cosas, tener actividades con las que demuestras cómo te vas formando. Todo esto aporta mucho”, señala.
Alejandro cumple con el perfil de personas presas en prisión que acceden a una CTI: media de edad de 35 años, consumidores de hachís y cocaína, con una familia estructurada y en el paro. Cumplen condena, principalmente, por robo con fuerza, estafa y delitos contra la salud pública. También su compañero Javier casa con este perfil y al igual que él, antes de entrar en prisión tenía una vida “normal”, con empleo y familia, pero al entrar en prisión estuvo un mes y medio en otro módulo donde consumía porros, pastillas… “Me dije o me enderezo o mal. Gracias a ellos –Proyecto Hombre- que estaban ahí. Porque en prisión hay gente que no quiere tener normas, pero la realidad está ahí fuera, tienes sus normas y tus responsabilidades”.
“Me he quitado una cosa que me estaba destrozando”
De cara a esa realidad que les espera, a unos antes que a otros, la mayoría manifiesta sentir mucho respeto y algo de miedo. Por ello, antes de salir en libertad y continuar el proceso terapéutico y de reinserción en la sede de Proyecto Hombre en Madrid, necesitan prepararse psicológicamente. Una vez que los reclusos están en segundo o tercer grado de tratamiento, tienen derecho a solicitar un permiso. Cada cuatro meses, tienen doce días libres. Antes de regresar a prisión deben someterse a un control analítico en Proyecto Hombre Madrid. Si este da positivo, se les sanciona.
“Cuando sales de permiso, aunque salgas preparado, son cuatro días que no te da tiempo a darte cuenta de la realidad. Estás con tu familia, que te arropa, comes bien, te sientes bien… pero cuando salgamos a la calle vamos a toparnos con la realidad: frustraciones, igual no encontramos trabajo… esas cosas a las que nos tenemos que enfrentar. Vamos a tener que agarrarnos a algo. Hay gente que sale, está preparada y no recae. A mí particularmente me conviene seguir el tratamiento en Martín de los Heros porque ese cambio… El miedo también te ayuda y es necesario”, explica Javier.
Un proceso vital
El plan de actuación de Proyecto Hombre en prisión se define en unas líneas de actuación. Una de ellas es la que aborda el área psicoterapéutica, que trabaja en el ámbito afectivo, cognitivo y comportamental, analizando situaciones pasadas y presentes que les permita superar conflictos y conducir su propio proceso de cambio personal.
“La empatía era algo que yo desconocía”, reconoce Antonio, quien a sus 50 años dice haber recomenzado la relación con sus hijas de 33 y 31 años. “Sus hijas han recuperado un padre, pero es que él ha recuperado unas hijas”, señala Carmelo. Antonio se muestra emocionado al confirmar esto y añade que esto “ha sido muy fuerte. Ahora están orgullosísimas de mí y yo de ellas. Antes había como cierta reserva, un estar en vilo constante”.
Para este recluso, esto es fruto de un proceso que ha durado tres años. Reconoce que el principio fue “duro” porque no entendía conceptos como la honestidad, la responsabilidad, el compromiso, etc. Dice que en la CTI le han aflorado sentimientos que no conocía, ni sabía manejar y que condicionaban su mente. “Éramos como animalitos a los que les tocas la piel y se les eriza. Te encuentras con unas resistencias muy fuertes dentro de tu mente. Todas esas barreras de mucho tiempo, conductas enquistadas en tu mente. Cada día estamos mucho mejor”, apunta Antonio.
“En prisión hay gente que no quiere tener normas, pero la realidad está ahí fuera, tienes sus normas y tus responsabilidades”
De toda esa reflexión, Antonio destaca que hay algo muy importante sobre lo que nunca se había parado a reflexionar: el sentido de la condena. “Estamos aquí haciendo terapia por unos problemas personales que son la consecuencia de algo. En realidad, aunque no estuviera consumiendo mi mente seguía intoxicada. La droga es casi lo menos importante. Lo importante es la relación con la familia, los amigos… te das cuentas de que llegas a ser tóxico para la gente que te rodea y que te quiere. Y eso es mucho sufrimiento. Ahora el poder hablar de todo eso con mi familia y mis amigos, comprender el sentido de la sentencia y afrontarlo te reconforta mucho. Te lleva a un estado de bienestar con el que puedes trabajar y desenvolverte con todo tu potencial”, concluye.
Aprendizaje, reflexión y formación
La CTI se diferencia de una CT al uso en el régimen de libertad de las personas. “Por lo demás, todo es igual”, explica Carmelo. Para Proyecto Hombre es clave que estas personas aprendan habilidades sociales y nuevos hábitos comportamentales que les permitan llevar adelante un proyecto de vida saludable en sociedad. Aquí están otras de las líneas de actuación, centradas en el desarrollo personal y la convivencia. Esto pasa porque los internos refuercen el autocontrol, aumenten su autoestima y aprendan a convivir en el medio comunitario, con lo que ello supone: asunción de normas sociales, derechos y deberes; compromiso en las actividades de la vida diaria, como son la limpieza, mantenimiento, etc.
Todo ello se concreta en seguir unos horarios rigurosos con la disciplina como herramienta transversal al tratamiento: a las 7:15 se levantan, se asean y limpian su habitación. Pero la disciplina aquí es muchas veces un reto y, como dice Antonio, para unos más que para otros. Carmelo les transmite que deben cuidar el lugar donde viven, ya que “no es responsabilidad de Proyecto Hombre ni de IIPP”.
Una vez interiorizado ese aprendizaje de la limpieza como parte del día, Javier dice que tiene “la conciencia limpia y no solo de cara a la galería”, aunque reconoce que a otros compañeros les tienen que obligar porque “no les entra en la conciencia”. “A todo el mundo se le da margen. Sabemos que hay gente que necesita más tiempo. Eso también es una parte del trabajo de empatizar con la gente. De esto hacemos que sea un programa muy beneficioso para todos y personalmente para cada uno. O yo lo siento así, por lo menos”, explica.
“Comprender el sentido de la sentencia y afrontarlo te reconforta mucho. Te lleva a un estado de bienestar con el que puedes trabajar y desenvolverte con todo tu potencial”
En esa parte de profesores involuntarios que ejercen los reclusos, hay algo que valoran mucho los presos extranjeros, que, según datos de Instituciones Penitenciarias, representan un 26% de la población reclusa en España[1]. “Si adaptarse aquí cuesta, imagínate a mí sin hablar español”, dice Jim en un perfecto castellano. Lleva aquí casi tres años y dice que día a día, con paciencia, tanto sus compañeros como los terapeutas le han enseñado a hablar español. Pero además de eso, ha sabido rescatar sentimientos que no conocía y expresarlos con su familia.
“Antes no veía el día de familia como tan valioso, ahora sí. Lo pienso y duele mucho. Antes nunca abrazaba a mis padres, a mi hermana, no sé por qué, me daba vergüenza. Para mí el dinero y el amor eran lo mismo, pero no es así en realidad. Todo el mundo necesita cariño. Aquí te abres mucho, en cuanto a sentimientos y te das cuentas de que el amor es muy importante”, relata. En uno de sus primeros permisos admite que tenía miedo del alcohol, otras drogas y su gran problema: el juego. “Como a todos los chinos, me gusta apostar”, bromea. “Pero entonces fui capaz de hablar con mi familia y me vi con capacidad de manejarlo”, añade.
Voluntariado recíproco
Desde Proyecto Hombre se impulsa la formación a estas personas para facilitar su reincorporación sociolaboral, a la par que se incrementa la autoestima. Alejandro está terminando estudios de Administración y Dirección de Empresas y Javier de Turismo. Antonio está haciendo cursos de informática. Además, en la CTI hay numerosos talleres que imparten, principalmente, personas voluntarias: habilidades sociales, prevención a la salud, arte-terapia, ajedrez, talleres de salud, invernadero… Un día a la semana tienen dos horas de clases de tenis gracias a un convenio de colaboración con la Federación Madrileña de Tenis. “Cada día es diferente”, dice Javier.
En la CTI de Soto del Real hay siete voluntarios que dedican un día de la semana a estos reclusos. Pero más allá de la parte práctica, la parte emocional es la que más impacta a los internos. “Gloria dice que su mejor día es el día que viene. Es flipante escuchar eso”, señala Javier antes de añadir: “Son esas pequeñas cosas que nosotros en la calle no sabemos dar el valor y que aquí sí lo vemos y que tienen premio”.
“Aún en la situación de privación de libertad en la que están, uno tiene que descubrir que tiene la posibilidad de aportar algo”
Si Antonio reconocía que no sabía qué era la empatía, menos aún podía entender que una persona regalara su tiempo a otros. “Eso de que vengan como voluntarios… son personas extraordinarias. Que compartan ese pensamiento tan lógico y racional con nosotros, que hagan ver cosas tan sencillas… todo eso es enriquecedor”, dice Antonio emocionado, para añadir que es una manera de pensar “bonita”. “Mi pensamiento era si no consumo, no disfruto”, dice Javier, que recuerda que en la calle estaba rodeado de todo lo contrario “de gente que tenía un comportamiento fuera de lugar… entonces te vas acercando más a esto otro”. Para él, la recompensa personal de ver cómo los voluntarios disfrutan con ellos, es muy gratificante y le hace ver que él también tiene algo que dar.
Tanto se están acercando que Carmelo les propuso hacer una donación para sufragar vacunas infantiles para la Fundación Barabú, en la que el terapeuta es voluntario como payaso para niños ingresados en hospitales. A través del beneficio que obtienen en el taller de carpintería, los reclusos consiguieron donar unos 300 euros. “Aún en la situación de privación de libertad en la que están, uno tiene que descubrir que tiene la posibilidad de aportar algo”, explica Carmelo.
El camino menos pensado
Gracias a parte de esos beneficios que obtienen del taller de carpintería, cada año una docena de internos puede realizar durante una semana un tramo del Camino de Santiago. Solo pueden hacerlo reclusos con permiso de salida y autorización. “El sentido que se le da es que termina una etapa y comienza otra en sus vidas”, explica Carmelo, quien ya lo ha hecho en siete ocasiones. Asegura que esta actividad favorece el proceso terapéutico-educativo, la convivencia con ellos, cómo se ven fuera. “Hay muchos condicionantes muy positivos para ellos”, subraya.
“El trabajo es que no vuelvan a prisión”
Dice que en todas las ocasiones que él ha hecho el Camino, nunca ha habido ningún problema, algo de lo que también se sorprenden desde IIPP. Por ello, insiste en que el camino acentúa las ganas de salir y también el miedo a no volver porque dice que “el trabajo es que no vuelvan a prisión”. Los internos que lo han hecho dicen que funciona así, como un estímulo, a pesar de que la mayoría nunca se había planteado hacer el Camino de Santiago. “Verte como si fuéramos hermanos, bien coordinados fue todo perfecto”, recuerda con ilusión Alejandro. A Antonio le hizo ser consciente del esfuerzo y la disciplina diaria: “Es poner constancia, esfuerzo, sacrificio… Cosas que nunca había puesto en mi vida”.
Según Javier es como un “esfuerzo-recompensa” y, entre esas recompensas, además del contacto con el exterior, está el conocer a otras personas. “Es curioso que cuando vuelven del Camino de Santiago vuelven con amigos”, dice Carmelo antes de añadir que los propios internos les dan una lección cada vez que hacen el camino. Tanto es así que Javier explica emocionado que uno de los terapeutas le prestó su reloj deportivo e hizo una etapa corriendo. “Para mí esa confianza era el mayor premio”, indica. Javier concluye que tienen tanto apoyo en los terapeutas que para él “fallarles es impensable”.
Salir a la vida real
En la última fase de este intenso proceso se dota al residente de recursos y habilidades que le permitan acceder a una reincorporación social en condiciones de mayor igualdad. También se desarrollan las competencias clave para mejorar la empleabilidad y se les ayuda a comprender el mundo que les rodea. Esta fase está alineada con el artículo 25 de la Constitución que exhorta a que las penas privativas de libertad se orienten hacia la reeducación y la reinserción social. También la Ley Orgánica General Penitenciaria (LOGP) en su artículo 1 dicta que “las instituciones penitenciarias reguladas en la presente Ley tienen como fin primordial la reeducación y la reinserción social de los sentenciados a penas y medidas penales privativas de libertad, así como la retención y custodia de detenidos, presos y penados. Igualmente, tienen a su cargo una labor asistencial y de ayuda para internos y liberados”.
“Aun habiendo estado en prisión, me siento muy bien, he tenido un cambio de personalidad”
La intervención que desde Proyecto Hombre se plantea con esta población afecta al conjunto de la persona. Su objetivo va más allá de la mera abstinencia en el consumo, dirigiéndose a una incorporación social efectiva, lo que evidentemente incluye el abandono de la actividad delictiva y de las conductas adictivas. Proyecto Hombre dirige sus esfuerzos a conseguir que personas internas en centros penitenciarios o aquellas que acuden a los centros con problemas penales, alcancen, a través de un tratamiento de rehabilitación y reinserción, una vida totalmente integrada en la sociedad.
El método Proyecto Hombre se desarrolla a lo largo de un proceso terapéutico-educativo enmarcado en el modelo Biopsicosocial. “Este modelo entiende la adicción como una conducta o hábito regulado por factores biológicos, psicológicos y sociales de acuerdo con los cuales la adicción sería el resultado de la interacción de determinantes psicológicos, biológicos y sociales en un momento dado y, por lo tanto, susceptible de desaparecer, modificarse o adoptar distintas formas a lo largo de la vida de una persona. Desde esta perspectiva, se enfatiza la intervención en adicciones como un proceso de cambio de estilo de vida a través de la formación y crecimiento personal y de una socialización positiva”, indica Presencio.
Para Antonio, este proceso no termina el día que salen de prisión: “Cuando sales, todo es maravilloso pero soy consciente de mi persona y me da miedo”, añade. Los miedos a los que se enfrentan son comunes entre los presos y, según Carmelo, son más acentuados que entre los residentes en una CT tradicional. “Aquí se habla de la libertad, de las ganas de salir y hacer cualquier cosa sin pedir permiso”, matiza Carmelo.
Alejandro dice que, de cara al futuro, está muy motivado y con necesidad de ponerse metas a corto plazo para volver a estructurar su vida. “Aun habiendo estado en prisión, me siento muy bien, he tenido un cambio de personalidad. Estoy muy agradecido a todo Proyecto Hombre”, subraya.
Para Carmelo la responsabilidad de que estas personas no regresen a prisión es compartida, tanto de terapeutas como de ellos mismos. Por ello, cree que es necesaria una mayor implicación por parte del personal. “La reinserción en una IP pasa por que haya un trabajo constante dentro de los módulos. Eso genera un coste. IIPP valora mucho el trabajo”, dice Carmelo.
“Si queremos una reinserción tenemos que aportar algo”
Invertir para una reinserción real
De ese coste, una parte de la sociedad española se queja, algo que para Carmelo es una idea errónea de lo que se vive en prisión. “Muchas veces la información que sale de prisión no es la real”, afirma. “Si queremos una reinserción tenemos que aportar algo. La sociedad se queja de que los usuarios tengan actividades, pero pueden ser muy útiles de cara a la reinserción. Mucha gente no ve que el deporte aporta valores muy importantes”, explica.
Las celdas, al igual que las del resto de módulos tienen unos diez metros cuadrados, donde están insertados el wc y la ducha, junto a un escritorio, una silla y una litera. “La intimidad del wc no existe. Para mí un lujo fuera es que una persona puede hacer algo libremente. Aquí tienen lo básico para convivir”, señala. “Quienes tienen una televisión en su celda, es porque se la compran ellos. Hay un economato, donde compran tabaco o se toman un café, eso es cotidiano. La piscina pueden usarla una vez a la semana, eso no es un lujo”, agrega.
Carmelo recuerda sus inicios en la CTI, adonde llegó tras haber trabajado en CT tradicionales. Admite que tenía una imagen preconcebida de la cárcel, donde esperaba encontrase un ambiente hostil, pero asegura que para nada fue así: “Aquí te sientes valorado, sientes el cariño, todo eso te da pie a motivarte más por el trabajo. Cuando llegué aquí pensé, cómo no he venido antes”.
[1] http://www.institucionpenitenciaria.es/web/portal/documentos/
Escrito por Carolina Escudero Jiménez.
