RELATO DE UNA REALIDAD LABORAL
Hace tiempo que nadie ve a Juanjo. Estaba a menudo por el patio donde fumábamos a escondidas. La verdad es que era cutre, meses antes se había prohibido fumar y buscábamos cualquier espacio tranquilo para seguir haciéndolo. Los no fumadores iban siendo mayoría y cada vez compartíamos menos tiempo con ellos, nos convertimos en un submundo y nuestro trato con el resto de los compañeros fue perdiendo cercanía. El caso es que vinieron a ofrecer un programa para superar el tabaquismo, costaba cuatro duros y parecía muy eficaz, pero a la de recursos humanos solo le preocupaba el descenso de la producción por las horas para hacer los talleres.
Yo trabajaba en el laboratorio, a medio camino entre la factoría y los despachos, como auxiliar era la que hacía los viajecitos arriba y abajo, así que estaba al día de todo lo que pasaba.
El tema del alcohol siempre preocupó mucho, a la empresa y a los sindicatos, pero lo veían de maneras tan distintas que no se decidió nada. Lo más triste era cuando lo empleaban como pieza de trueque, nuestra salud como herramienta, en lugar de como objetivo. Recuerdo cuando el alcohol se prohibió en la cantina de la empresa y apareció una aceitera metálica con coñac, con la que se “bautizaban” algunos cafés. Algo tuvo que ver con que Juanjo tirara unos tubos de fundición y cayeran sobre los pies de Carla, le rompió bastantes huesos y no ha vuelto a andar bien del todo.
La presencia de Carla en producción era la excepción, pero en los despachos eran mayoría y más de la mitad tomaba alguna pastilla. Hipnosedantes, decía muy docta Raquel, la de contabilidad. Con receta o sin ella, se abusaba. Entre el cumplimiento de objetivos, las responsabilidades familiares a las que no se puede llegar, más algún mando medio muy cretino, que se dejó olvidada la sensibilidad en algún lugar de la infancia, sedarse les parecía la única opción. También había algún caso de alcohol, sin ostentación, en casa, después de acostar a los niños, para tratar de diluir la frustración, la culpa y la fatiga.
Pocos siniestros generaban estos consumos, pero mucha desgracia, y parte tenía su origen y su solución en el trabajo.
Desde el accidente no me llevo bien con Juanjo, por eso solo se de él a través de otros. Cuando arrolló mi coche con la furgoneta iba bebido, me quede bloqueada entre unas bobinas y su vehículo, las botellas de reactivos que llevaba en el maletero se rompieron e incendiaron el coche. Siempre había oído que la gente solía morir asfixiada antes que quemada, pero con unas llamas tan vivas a mí no me dio tiempo, fue un ratito, pero se me hizo eterno.
Juanjo cayó en una grave depresión, abusaba de los medicamentos y cada vez bebía más. Su maltratado hígado no aguantó y antes de un año estaba en mi lado de la existencia. Su muerte no fue un siniestro laboral, pero seguramente se podía haber evitado, sino se hubiera mirado a otro lado.
Lo único positivo de mi fallecimiento es que se tomaron en serio la prevención del consumo de sustancias y facilitaron el acceso a programas de rehabilitación, sin perder el puesto de trabajo. Lo triste, es que tuve que morir para ello.